Semana Santa desastroza

Érase una vez en el Jurásico:

Mi boda había sido en febrero de ese mismo año y habíamos estado dos semanas de viaje, en Madrid y también en Londres y París.

Un mes y medio después de nuestra luna de miel, decidimos ir, en Semana Santa, a La Coruña, donde había realizado mi servicio militar y todavía tenía buenos amigos.

La idea era ir el miércoles  y volver el domingo por la noche, ya que teníamos que trabajar el lunes.

Pues bien, comenzó el viaje en el aeropuerto de Los Rodeos, desde donde nos trasladamos al de Gando, en la isla de Gran Canaria. Desde allí salía un chárter directo a Santiago de Compostela. Nosotros íbamos por nuestra cuenta y sólo utilizábamos los vuelos, no las excursiones ni hoteles.

Según llegamos a la isla hermana y entramos en la terminal del aeropuerto, un policía de paisano nos invitó amablemente a que pasáramos por un control que estaban haciendo. Supuestamente nos había confundido con una pareja de la misma edad que venía de Madrid y que, o bien llevaban droga o los estaban buscando por algo.

Empezaron a revisarnos todo el equipaje y a interrogarnos pero después de un buen rato les dije: «disculpen, nosotros venimos de Tenerife y tenemos que coger un vuelo a Santiago, que sale en un rato y ya vamos un poco justos. En ese momento nos dijeron ¿Ah, pero no vienen de Madrid?. Pues no, le indiqué, somos y venimos de Tenerife. En ese momento nos dejaron en paz y, después de volver a colocar de nuevo todas nuestras pertenencias en las maletas, nos dirigimos hacia la puerta de embarque.

El vuelo bien y llegamos a la capital gallega a las 5:00 de la mañana. Les dijimos al guía del grupo si había sitio en el autobús y nos podían llevar hasta La Coruña. Amablemente accedió aunque no recuerdo si tuvimos que pagar. Supongo que si.

Yo había pasado un año en La Coruña y, enfrente del edificio del Gobierno Militar, donde estuve prestando mi servicio ese tiempo, había una especie de casa de huéspedes – apartamentos, en lo alto del Bar de Pepe, dónde me solía tomar algún café. En aquella época no había internet ni se le esperaba, así que llamé por teléfono a mi buen amigo (como mi padre) Francisco Abelleira, que trabajaba en el Gobierno Militar y le pedí si me podía hacer la reserva de una habitación en la susodicha casa de huéspedes.


Pues bien, retomando el viaje en autobús desde Santiago de Compostela, sobre las 06:00 aproximadamente, llegamos a La Coruña y, si no recuerdo mal, creo que nos dejaron en Cuatro Caminos. Hacía bastante frío y, desde allí tomamos un taxi y nos dirigimos a la casa de la propietaria de los apartamentos para que nos diera la llave de nuestra habitación.  No era en el mismo edificio del alojamiento sino en la calle Herrerías, a unos 300 metros.

Con un frío que pelaba tocamos el timbre de la propietaria – pseudo recepcionista para que nos facilitara la llave. Después de un buen rato esperando, se asomó a su balcón y, muy enfadada y de malos modales, nos dijo que esas no eran horas y que deberíamos volver a las nueve a buscar la  llave. Intenté razonar con ella pero la señora ni se inmutó. No sabíamos que hacer ni a donde ir y además estábamos muy cansados después de los dos vuelos, la policía y toda la noche sin dormir. Nos quedamos un poco en shock y a Elena se le saltaron unas lágrimas, sobre todo de impotencia y cuando ya empezábamos a caminar, un poco sin rumbo, porque no sabíamos adonde podíamos ir en ese momento, arrastrando las maletas y además, estaba lloviendo, nos llamó el marido de la señora que, según pudimos comprobar tenía más profesionalidad que su esposa o, al menos, se compadeció de nosotros.

Nos acompañó hasta el edificio de los apartamentos y nos acompañó a nuestra habitación. Se lo agradecimos muchísimo. No obstante, era su obligación.

Sin deshacer las maletas, caímos rendidos en la cama y nos despertamos sobre las diez de la mañana. Descubrimos entonces que nuestra habitación no tenía baño. Había uno en el pasillo para uso común, así que nos aseamos, desayunamos en el Bar de Pepe, le dí abrazo a Pepe y a su esposa y les presenté a Elena. Maravilloso ver caras conocidas y gente tan acogedora.

Después del desayuno, recogimos nuestro equipaje y pedimos un taxi. No queríamos estar allí ni un momento más. No era lo que buscábamos para estar tres días de vacaciones de Semana Santa. Nos fuimos a la Plaza de Pontevedra y allí estaba el Hotel Maycar, que ya conocía de mis paseos coruñeses, aunque nunca había entrado. Allí pasamos los tres días. Sencillo pero confortable y apto para lo que necesitábamos en esos momentos. Aquello era otra cosa.

Ya recuperados y, entre lluvia y lluvia fuimos a almorzar unas empanadas gallegas que estaban riquísimas. Creo que fue en la misma calle San Andrés, la calle del hotel pero no recuerdo el sitio exacto.

Si me acuerdo que, de postre, nos tomamos unos deliciosos «tocinillos de cielo» en la Pastelería «La Coruñesa». Estaban buenísimos.

Regresábamos el domingo y justo ese día comenzó una huelga en el transporte público. Llegamos como pudimos a Santiago de Compostela y el gran problema, de momento, era que no había medios para llegar hasta el aeropuerto de Labacolla que está a ocho kilómetros de la ciudad. No había ni taxis ni autobuses así que tomamos la decisión de empezar a caminar hasta el aeropuerto arrastrando nuestras maletas. Esto era sobre las cinco de la tarde y nuestro vuelo salía a las ocho. Según íbamos subiendo hacia el aeropuerto también íbamos haciendo auto-stop a ver si algún alma caritativa se apiadaba de nosotros y nos paraba y…se produjo el milagro…Nos paró un chico joven que iba a recoger a sus padres al aeropuerto y que, casualmente, venían de pasar unos días en nuestra isla. Fue una bendición y siempre le estaré agradecido. Sólo recuerdo que era de Vigo. Recuerdo que el coche era un antiguo «Triumph» rojo. Lo recuerdo porque una amiga de mis padres tenía otro igual pero amarillo.

Y ahora empieza la odisea: llegamos con tiempo suficiente al aeropuerto y facturamos nuestras maletas. Subimos al avión sobre las 19:30, ya que el vuelo salía a las 20:00 hacia Gran Canaria. Nosotros pensábamos salir en el primer vuelo de la mañana desde la isla hermana hasta Los Rodeos. Son sólo 25 minutos de viaje y lo teníamos ya todo calculado para llegar a tiempo al trabajo.

Nos pusimos los cinturones y estaba ya todo dispuesto para el despegue. El vuelo era de la antigua compañía aérea española «Aviaco». El comandante anunció que unos minutos procedería al despegue del avión para comenzar el vuelo hacia el Aeropuerto Reina Sofía Tenerife Sur. Ese fue el detonante. Elena y yo éramos los únicos tinerfeños del vuelo y, la verdad, nos venía genial que el vuelo fuera a Tenerife y no a Gran Canaria. Evidentemente no pensaron lo mismo el resto de pasajeros que habían contratado su vuelo y cuyo destino era Gran Canaria. Habían pagado por eso y, además, tenían toda la razón, ya que la opción era llegar al Aeropuerto Tenerife Sur de madrugada y no tener conexión hacia Gran Canaria. Realmente caótico.

Todo esto tiene una explicación: la compañía había cambiado el aeropuerto de destino (era un vuelo charter) porque tenía otro grupo de pasajeros que tenía que recoger en Tenerife y hacer un vuelo de vuelta con ellos hasta Mallorca. Solucionaban así su problema pero iban a dejar en otra isla (Tenerife) a más de doscientas personas que habían pagado sus billetes hasta Gran Canaria y sin posibilidad de conexión hasta por la mañana y desde el Aeropuerto Tenerife Norte – Los Rodeos, lo que en absoluto aceptaron.

Una rebelión a bordo y todos los pasajeros se levantaron de sus asientos y comenzó la protesta. No estaban dispuestos a que el vuelo tuviera como destino Tenerife. La compañía no atendía a sus razones y aquello iba encendiéndose cada vez más. Aparecieron los anti-disturbios y amenazaron con desalojar el avión.

Recuerdo que uno de los pasajeros se identificó como diputado de UCD y comenzó a negociar. Fue una noche muy larga.

El caso es que estuvimos sentados en nuestros asientos durante doce horas con el avión parado en el aeropuerto de Labacolla y, finalmente despegó a las ocho de la mañana del día siguiente. Sumando las tres horas de vuelo, fueron quince horas las que pasamos dentro de aquella dichosa aeronave de Aviaco. Podíamos haber llegado hasta Chile pero el vuelo fue hasta Gran Canaria, según lo previsto y contratado por todos los pasajeros.

Fue un viaje realmente desastrozo, aunque ahora lo recuerdo como anécdota y me quedo con todos los momentos buenos, que también los hubo.