Monos, primos y patinaje sobre hielo

En mi niñez y juventud, había dos salas de cine cerca de mi casa en el Barrio de la Salud, en Santa Cruz de Tenerife: Cine Princesa (antiguamente Cine Crespo) y Cine Delta. Ninguno existe ya. El primero estaba dos calles más arriba, en la calle Princesa Dácil (de ahí su segundo nombre) y el otro un poco más lejos pero a no más de cinco minutos caminando.

El original nombre de la primera sala le viene de Julio Crespo, su propietario. Inicialmente era al aire libre y había espectadores que llevaban las sillas de casa porque los asientos eran bancos. Más tarde se le puso techo y butacas, bastante duras, por cierto, porque eran de madera.

Recuerdo un domingo en la función de las ocho que estaba el cine repleto y, claro está, aquello no tenía aire acondicionado. Sólo dejaban las puertas abiertas para que entrara algo de aire pero, aún así, había mucho calor allí dentro.

Yo prefería ir entre semana a la función de las seis de la tarde, después de salir del colegio. Muchas de esas veces iba yo solo. Siempre he sido muy cinéfilo.

Volviendo a la historia que quería contar, no sé exactamente la edad que tendría pero calculo que serían unos 15 o 16 años.  Una tarde , junto a mis primos y compañeros de la música Migue y Chicho y otro común amigo y también compañero: Tino, fuimos al Cine Delta, más moderno que el Cine Princesa y que estaba justo enfrente del Campo de Futbol de La Salud.

La verdad es que no recuerdo que película fuimos a ver. Si recuerdo que todavía ponían el No-Do como antesala del film, a modo de noticiero. De hecho era el acrónimo de «NOticiario y DOcumentales»

Hay un dicho que dice: «Dios los cría y ellos se juntan». Nosotros éramos cuatro «Aries» de signo del zodiaco. Esto no viene al caso pero era una coincidencia y también me sirve para rellenar un poco.

Pasamos primero por la cantina que estaba a la entrada y cuando el tercer timbre avisó que aquello empezaba entramos a la sala y nos sentamos.

Comienza el NO-DO, con las noticias, el rollo propagandístico de Franco, y otros pequeños documentales. Entre ellos, uno en el que hablaban de un circo en el que unos chimpancés jugaban al hockey y era muy gracioso. Hoy en día, y desde hace muchos años, pienso que deberían estar prohibidos los circos con animales.

Volviendo al momento, era realmente simpático ver como jugaban y se pasaban la pelota los primates. A mí casi me da un ataque de risa y le daba con el codo a uno de mis primos, que estaba a mi lado derecho, como apoyando la risa.

Cuando empecé la historia dije que éramos cuatro: mis dos primos, el común amigo y yo.

En ese momento miro para el pasillo del cine y veo a mis tres acompañantes pasando hacia las filas delante de la que yo estaba. ¿Entonces quien estaba a mi lado?, me pregunté. No, no era ni ninguno de mis primos ni mi amigo, era un señor que estoicamente estuvo aguantando mis codazos y mis risas señalándole la escena de los chimpancés con sus sticks e incluso agarrándole el brazo.

Muy avergonzado, me levanté sigilosamente  y fui a dar a donde estaban mis acompañantes, unas filas por delante. Ellos se habían quedado unos minutos más en la cantina y yo había entrado en la sala convencido que estaba con ellos, pues ya estaba a oscuras.

Yo supongo que el señor habrá subido a los cielos como santo, mártir, beato o simplemente pensaba que yo era algún loco, el tonto del barrio o un gamberro violento y me soportó mientras duró la simio-escena que protagonizaban los chimpancés y yo, por mi comportamiento.

Moraleja: cerciórate bien al lado de quien estás sentado antes de que apaguen la luz del cine.

THE END